Son muchas las personas que deambulan entre los pasillos de una librería ojeando las portadas y escogiendo, entre ellas, las que más atraen su atención. Este efecto incluso se acrecenta en los entornos digitales, donde la portada supone el principal foco de atracción de una obra, junto con el título, el autor y el género de la misma. Es por ello que editores y diseñadores han otorgado a las cubiertas de los libros esa importancia vital, pues pueden influir enormemente en la decisión que toman muchos lectores a la hora de escoger su próximo libro.
En la búsqueda de esa portada perfecta que despierte el interés del lector y sea capaz de provocar el amor a primera vista entre un relato y su destinatario, las cubiertas de los libros han atravesado diversas fases y se han generado diseños de lo más variado hasta llegar a la situación actual, en la que la originalidad y la novedad resultan un auténtico desafío para sus diseñadores.
Tanto es así que muchos autores y editoriales han empezado a copiar las portadas de otras obras anteriores o, simplemente, utilizan las mismas imágenes para ilustrar títulos diferentes. Uno de los casos más recientes lo protagonizó Stephenie Meyer, la conocida autora de la saga Crepúsculo, que para su último libro, The Host, utilizó la misma fotografía que ilustra la portada del libro De deproeving, del escritor holandés Tess Franke.
Otro caso similar es el de After Dark (Tusquets, 2008) de Haruki Murakami, One night (2010) de Lauren Barnholdt, y Afterparty (prevista para enero de 2014) de Ann Redisch Stampler, que usan la misma fotografía para la portada. Este es un fenómeno que, lamentablemente, se está extendido dentro del mundo editorial. Ya sea por la ingente cantidad de títulos que copan las librerías, por la escasez de imaginación de creativos y diseñadores o por la falta de cuidados y atenciones por parte de las editoriales y los autores a un elemento tan importante como la portada del libro, la realidad es que cada vez las cubiertas son menos originales y más similares entre ellas.
Un escalón por debajo de los casos anteriores se encuentran las portadas que comparten un mismo motivo principal, pero con unas mínimas diferencias para que el plagio no resulte tan evidente. Un ejemplo famoso es el del segundo título de las Crónicas vampíricas de L. J. Smith, Conflicto, que vio cómo la imagen de la pluma con la gota de sangre aparecía años más tarde en la portada del libro Haunted, de Kelley Armstrong.
La misma situación se da entre dos títulos más recientes, en los que tanto Espasa como Booket han optado por convertir unos gemelos en protagonistas de las portadas de los libros No te escondo nada de Silvia Day, y Treinta noches con Olivia, de Noe Casado. Ya sea conformismo o falta de creatividad, el resultado es demasiado similar.
Otra tendencia muy explotada por diseñadores y portadistas es la de utilizar una pintura o fotografía para ilustrar el tema central de un libro. Este recurso artístico puede llegar a provocar, sin embargo, la repetición de una misma imagen en una gran cantidad de portadas. Por ejemplo, el tema de la soledad es ilustrado con el cuadro “Habitación de hotel”, de Edward Hopper en multitud de cubiertas, tanto de libros en castellano como en otros idiomas. Prueba de ello es la primera imagen que ilustra este texto, en la que se han recogido unas cuantas portadas de títulos en español para que sirvan de ejemplo.
Sin embargo, y dejando aún una puerta abierta a la esperanza, a día de hoy todavía es posible (y resulta ciertamente reconfortante) encontrarse con libros cuyas cubiertas son, en el mejor sentido de la palabra, auténticas obras de arte. Portadas que contradicen los malos augurios en el sector del diseño editorial y cuyos creadores demuestran un tremendo ingenio. Mención especial merecen en este aspecto algunas editoriales independientes, que realizan un auténtico esfuerzo por forjarse una imagen propia a base de apostar por la creatividad y diseños interesantes en las cubiertas de sus títulos.